Aún con un gabán oscuro o sombrero de ala ocultando en parte su cara, se distingue, se ve entre el resto. Se le ven, después, los gestos y las ojeras, la expresión de los ojos oscuros, grandes, encandilados. Solari es un hombre de imágenes fuertes. Lo es frente al espejo de las miradas ajenas, como en su taller, con su pintura y lo es en la canción o la narrativa. También ahora cuando habla, en esa esquina endiablada donde trabaja, en Buenos Aires y 25 de junio. Solari dice que el escándalo de la calle es más duro aquí que en la 9 de Julio o en Manhattan. Puede ser. El zorro, habría que encarcelar al zorro que hace chillar el silbato por dos años, pero quedan los motores y las bocinas y el rugido grave de los colectivos cuando vuelven a arrancar. La claridad que proviene del ventanal compensa la invasión del ruido y el interior del departamento, tapizado de obras en cualquier parte, también. La calidez radica en el contraste. Hay música, además y un tenue olor a tabaco y un vaso desvelado con un recuerdo violáceo adherido al fondo del vidrio.

Fotos: Raúl Perriere.

Fotos: Raúl Perriere.

Solari dibuja, pinta, escribe, filma y canta. Estuvo durante una temporada en España exponiendo su obra y este sábado toca en Rosario con David Bovril y los Porotos Mágicos. Ahora, hace un instante, corregía un texto. El año pasado presentó un libro ilustrado junto a Carlos Asiaín. Antes filmó dos películas (Asiaín y La tristeza de Mustafá), escribió una novela (Los Observadores), expuso sus luchas en el Palaise de Glace y ganó varios premios. Eso, en resumidas cuentas. Solari crea, dice, en el caos.
“Para limpiar, por ejemplo, para organizar las cosas, yo voy dando vuelta por la casa, parece el juego de la silla, voy haciendo cosas por el camino y demoro el triple que cualquier persona, mientras voy pensando cosas”, explica.
-¿Hay relación estética entre lo que dibujas y pintas con lo que escribís?
-Los lenguajes son parecidos, es el mismo alma que toma otra manera de expresarse y de jugar según el capricho y las posibilidades que tenga.
-¿Siempre funcionó así?
-Se relaciona desde siempre, empecé a hacer de todo. Soy hijo único, entonces en un momento en que estaba jugando con el dibujo, con la historieta, con el lenguaje, la instancia solitaria siempre fue importante para mí.
-¿Cuál era tu juego preferido de chico?
-Tuve épocas, vas pasando de amores, los playmobil me gustaban mucho, después hacia historietas, hacia collage con unas revistas viejas, recortaba mujeres que se estaban bañando y cosas así, eran revistas muy antiguas, sencillas. Siempre me llamó la atención el erotismo y la sensualidad, en este caso de la mujer que juega a que no, pero quiere ser descubierta, hay una complicidad. No es una invasión. Tengo recuerdos eróticos de muy chico, es un juego divertido, es un erotismo que puede ser agresivo pero siempre cariñoso. Como la obra de Fellini, es dulce hasta con las almas más fuleras.

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Solari tiene imágenes fuertes y una inteligencia habituada a las relaciones, entre las artes, los lenguajes, la experiencia y la poesía. Se queda en el erotismo ahora, en el recuerdo de un baño femenino al que entró de la mano con su madre y en una fantasía frecuente: de niño azotado por el ardor de una simil de Raquel Mancini, en versión rubia y también morocha. Habla, Solari, del relato que uno hace de su propia vida y de los temas de su obra.
“El amor, la muerte, el sexo, de eso se trata”, dice en primera instancia y sigue analizando la cuestión. “Creo que hay una conexión con la ironía, hay mucho de lo que proyectamos que somos y otro de lo que realmente somos, ahí juega un papel el ridículo, pero ese ridículo uno lo puede ver con cierta ternura o lo puede ver con crueldad”.
Solari creer en una mirada compasiva y piensa que “la gente hace juicios muy fuertes sobre los demás, indignándose, porque el que más se indigna gana, es mejor, están todo el tiempo hablando bien de uno mismo y mal de los demás, es una visión muy violenta. Lo veo muy fuerte, cuando te están contando algo de otro en realidad están hablando bien de sí mismos. Siempre desde una superioridad moral, de temas que no tienen ni puta idea porque no saben que pasa en el mundo del otro”, se embala, se enoja.
Asoma otra imagen fuerte.
Solari en la escuela, de chico. Una directora que se acerca a reprenderlo y le dice: “¿te parece venir a la escuela con esa camisa?”. Es una camisa negra. Solari la mira: “Ella llevaba una camisolas con hombreras, que tenía dibujada una banana, una pera, un racimo de uvas, ella me dice eso y estaba vestida como el guitarrista de David Bowie en el 78, estaba pintada de colores, el pelo teñido, tenía las uñas largas y rojas y me estaba diciendo que yo no podía estar en escuela con esa camisa. Y era la directora!! La gente ve lo que quiere, le ve el culo a los demás y conmina con facilidad a la hoguera”.
LA BELLEZA.
“Hay mucho mas encanto y belleza en las dudas que en las certezas. Cuando la gente está segura, cagaste. Se juntan un montón que están seguros de algo, cagaste peor. La duda encierra el misterio, preguntarse, la pregunta es mejor que la sentencia. Y el arte está en la pregunta”, dice Solari y juega con un cigarrillo que no enciende.
-¿ Y vos de qué estas seguro?
-Que es un mundo muy complicado y que hay mucha belleza por disfrutar y a veces se pone difícil. Estoy seguro de que nos vamos a morir todos. El motor del arte y de la vida es la certeza de que todo puede esfumarse o ponerse peor. Pero creo que hay momentos preciosos y tienen una eternidad ahí dentro que hace que valgan la pena. El momento en que estás tirado en el piso, escuchas un poco a Nina Simone… estoy seguro de que el arte y el amor te salvan. Son las dos cosas que hacen que valga la pena, creo en el arte fervientemente. Es lo que te tira para adelante, te carga de una energía para percibir de otro modo y te da un ejercicio para encontrarte con el encanto de las cosas.

Julián Stoppello
De la Redacción de Entre Ríos Ahora

Fotos: Raúl Perriere.