Ya cumplió más de once años al frente del Centro Cultural y de Convenciones La Vieja Usina, el refugio más amigable que tiene para ofrecer el Estado entrerriano en la ciudad de Paraná para los creadores de por aquí y el público a disposición. Soledad Salvarredy ha conseguido que la Usina funcione y reciba por año unas 300 actividades, ubicándose en el centro de las referencias culturales en un mapa cada vez más borroneado y desvalido.

Los artistas de la zona reconocen el espacio como una puerta de acceso para dar a conocer y mostrar los resultados de sus procesos. Salvarredy es una gestora cultural que consiguió establecer esa relación fluida, familiar, a través de la escucha atenta, la observación y la iniciativa desde el sector público. Y no viene, estrictamente, de la asociación más fácil que suelen encarnar los funcionarios de cultura, como artista que cambia de lugar en la mesa. Salvarredy es abogada, pero una abogada curiosa.

Hay una historia que lo revela, pero también ciertos detalles: la oficina de la directora en la Usina, no es un espacio jerarquizado. Salvarredy tiene uno de los dos escritorios emplazados en lo que sería la cocina del lugar y que en este caso cumple los dos sentidos: ahí se administra la Usina y también, por caso, se calienta el agua para el mate.

Sin embargo, para dar cuenta del perfil de Soledad y que se entienda, hay que pensar en principio en una casona de Concepción del Uruguay, con muebles rotundos de madera. Ubicar un padre escribano con una biblioteca voluminosa compartida en proporciones con los gustos literarios de una madre docente. También hay que hacerle lugar a una abuela profesora de letras. Y hay, en esa casa, una banda de sonido clásica y potente.

Antes de los 8 años la niña se fascinaba con el violín de Giuseppe Tartini y hojeaba, como cualquier en la época el Nippur de Lagash, una colección completa pero de obras maestras de pintura. Por influencia de aquellos discos, empezó a estudiar violín, pero también cerámica y un poco más adelante cello. Lo que más continuidad tuvo en su experiencia fue lo que podía crear con las manos entre la arcilla. Había, también, un ejercicio de escritura permanente y silencioso. Un gusto por la poesía.

A la hora de elegir, llegado el momento, tenía cinco opciones en mente: derecho, claro, pero también sociología, letras, filosofía y trabajo social. Ganó, en principio al menos, la herencia paterna. Soledad se recibió de abogada al filo de 2001, en medio del temblor que finalizaría en zozobra y trabajó en la profesión hasta que recibió un llamado de Entre Ríos. En Córdoba no hizo solamente derecho y amistades con abogados, insistió con la poesía, integró un grupo de escritores que se reunía cada tanto en un bar de nombre Discepolín y empezó a organizar actividades culturales: desde asesorías para muestras plásticas de amigos, hasta un ciclo de “Cine en el monoambiente”, donde pasaba películas en VHS en una habitación apiñada de gente que miraba films que no se proyectaban en las salas comerciales.

LA VUELTA.

“Yo había observado mucho el movimiento cultural en Paraná, veía algo muy fuerte y diverso”, dice Salvarredy y sostiene que la actividad en la provincia es sumamente relevante, más aun en proporción a la cantidad de habitante y en comparación con otros territorios.  La llamaron en la tercera gestión de Jorge Busti, había una cercanía política que provenía de su ciudad natal y se relacionaba con la figura de José Lauritto y también en una amistad con Juan Luis “el Gordo” Puchulu. No le llevó demasiado decidirse, abandonó el estudio y se mudó a Paraná para empezar con la Usina.

Más de diez años después del inicio, Salvarredy es una de las funcionarias de Cultura que resistió los vaivenes y las distintas gestiones. Tiene un camino por mostrar. Ella dice que una de las razones centrales para que la cosa funcione se explica porque los que habitan el lugar quieren estar ahí. Eligen estar ahí.

“Acá hay un equipo de trabajo y tenemos una convicción: hay, seguro, defectos y virtudes, pero desde 2005 que empezó el funcionamiento activo bajo mi dirección, nunca en la Usina se suspendió una actividad por incumplimiento de algún compañero, nunca se abrió fuera de horario, nunca se superpuso una actividad, nunca hubo un paro. Hay un compromiso y la gente se ha sumado a trabajar”, sostiene. Y viene al caso, para ella viene al caso, citar al psicólogo Pablo Yulita. “Él decía que el único miedo que tenía era que se perdieran las formas de amor en la sociedad, amor con minúsculas, compartir, ser solidario, amable. Para muchas personas ese puede ser un detalle, para mí en las formas de trabajar, en cualquier trabajo que uno desarrolle, es una prioridad. El organismo nuestro tiene 15 personas y la mitad son adscriptos, es decir que eligen el espacio para trabajar, vienen acá porque les gusta”.

LO QUE PASA.

La situación de las áreas culturales está, en la actualidad, cuestionada por su inacción, tanto a nivel local como provincial. La observación, que proviene especialmente de los artistas locales, es que Entre Ríos, culturalmente, desde el Estado, se ve desértico.

Más aún en este escenario, es interesante mirar lo que sí funciona, detectar el oasis por decirlo en los mismos términos. Y en la Usina hay vida. Y funciona, dice Salvarredy, por el equipo de trabajo conformado y la diversidad que contempla el enfoque de la propuesta. Suceden muchas cosas en la sala que está en pleno funcionamiento, mientras continúa la espera por la reparación de los techos de la sala histórica que inauguró Sergio Montiel en su segunda gestión.

Salvarredy dice que ni bien asumió al frente del organismo observó las disciplinas contempladas desde el estado a nivel cultural y cayó en la cuenta de que había una corriente artística menos atendida: los espacios escénicos de cruce sobre todo, el arte contemporáneo. “Por su estética fabril, dimensiones, piso de madera, reverberancia, nuestra sala venía justo a complementar con ese sector, que era las artes escénicas de cruces, experimentales, danzas contemporáneas, pero desde un espectro súper amplio”, explica. La Usina recibió más que eso, desde ciclos de clásicos de cine hasta danzas tribales, pero también planteos de cruce entre el teatro, la música y la gastronomía por caso. Los artistas de aquí ven la Usina como una oportunidad permanente.

En la Usina caben ciclos como el No te aburras Gurí, que se fundamenta en actividades artísticas gratuitas y de calidad dirigida a chicos, tanto como los Tablados estacionales y diversos o las propuestas de ferias gastronómicas y de diseño.

La directora, por su parte, para conceder el espacio observa especialmente dos aspectos: “Con que haya una laburo profesional y un interés de la comunidad por conocer ese trabajo, alcanza”, dice. Esa es la premisa, después se puede ir por más, ampliar la invitación, generar nuevas instancias y propiciar más encuentros.

“Tango, chamamé, danzas folclóricas, contemporánea, cine, en la Usina hay una mirada absolutamente diversa. En la medida que esté la necesidad, acompañamos y si bien por las característica de nuestra provincia tiene más fuerza la música del litoral, también acompañamos propuestas de jazz, blues, siempre hemos estado abiertos”.

Salvarredy no va formular aquí valoraciones respecto a las gestiones e incluso va a hablar de su buena relación con Faustino Schiavoni, el actual secretario de Cultura. Si se permite, no obstante, decir que hace falta en la provincia “generar corredores de movilidad o incrementarlos, hay mucha gente que trabajar en cultura fuera del Estado, mucha gente interesada en que la cultura camine y una de las cuestiones que necesitamos es generar mayor movilidad entre los artistas de la provincia. En algún momento el teatro viajero hizo ese laburo a través del Instituto Nacional de Teatro y lo que ha hecho Francisca D´ Agostino, pero faltaría trabajar eso para que haya más movilidad, hoy en día el único organismo que tiene más movilidad es la Orquesta Sinfónica que realiza conciertos en diferentes lugares”.

Con respecto a la ciudad, apenas menciona que “ha habido gestiones que han sido más activas, por ejemplo cuando estuvo Carina Netto o Alfredo Ibarrola”, pero enseguida valora que “el colectivo artístico está siempre activo, con propuestas, buscando, proponiendo y nosotros desde la Vieja Usina tratamos de acompañar eso”.

El último empleado que queda en la Usina, pasado el mediodía, avisa que deja todo en orden y se va. La directora saluda y habla, ahora, fuera de entrevista, de la curiosidad y del afán por dar la vuelta a los deseos que siguieron latiendo más allá de las elecciones. La abogada ahora estudia filosofía. Empieza tercer año.

 

 

Julián Stoppello

De la Redacción de Entre Ríos Ahora