La literatura, en ocasiones, se ocupa de rescatar historias del olvido, y va un poco más allá de la crónica urgente. El escritor Pablo Felizia reconstruyó el caso del quinielero Juan José «Pocho» Morales, quien fue visto por última vez el atardecer del 30 de agosto de 2011 yendo en su bicicleta por la calle principal de su pueblo, San Jaime de la Frontera, en el norte de Entre Ríos: a las 20,07 de ese día el dispositivo para levantar apuestas tuvo su última conexión. Desde entonces, nada se sabe de «Pocho» Morales. Ese es el eje, la trama argumental de «Desaparición y muerte en bicicletas rojas».

De «Pocho» Morales pasaron diez años y no se tienen noticias. La Justicia está en falta, como también tiene una asignatura pendiente con el femicidio de Alejandra Martínez, en Chajarí, ocurrido en 1998.

Tenía 17 años. La Justicia nunca le pudo decir a su madre, Julia Isla, quién la mató, por qué la mató, cómo fue que el cuerpo de su hija apareció, un mes después de su desaparición, cubierta de troncos, una chica muerta más, tirado el cuerpo en un descampado. La habían buscado en todo Chajarí, en Concordia, en Los Conquistadores y hasta en Mocoretá, Corrientes. La encontró un peón rural que buscaba un animal perdido.

Alejandra había salido el 11 de diciembre de 1998 con una amiga y su hermana menor. Cerca de la medianoche fueron desde su casa hasta el bar Bartolo, y de allí hasta Palmira, un boliche bailable que está junto a las vías del ferrocarril.

De allí, Alejandra se fue pasadas las 5,30.Durante la noche, estuvo conversando con varios jóvenes conocidos. Entre ellos, con un muchacho con el que había estado de novia hasta marzo de 1998. La hermana fue una de las últimas en verla. Alejandra fue a despedirse de ella y a avisarle que volvía a su casa. Dos personas declararon después que la vieron cuando iba en camino. Pero ninguna pudo confirmar que hubiera llegado.Una amiga que volvía de un boliche dijo haberla visto en el barrio entre las 6 y las 6,30. Comentó que le llamó la atención la actitud de Alejandra: se mostró indiferente, siguió caminando y no la saludó, cuenta una crónica publicada por Clarín en 1999.

Un vecino, Antonio Aquino, dijo que vio a Alejandra llegar sola. Recordó que eran las 7 de la mañana, aunque dijo que no pudo ver a la joven entrar a la casa.Pero eso no fue todo. Al poco tiempo hubo un llamado a la casa de Martínez: alguien que no se identificó dijo que en la mañana del 12 de diciembre Alejandra había sido obligada a subir a un remís junto a tres muchachos.

En Chajarí hay quienes sospechan de Juan Ybarrola, el padrastro de Alejandra. Uno de ellos es Enrique Callau, el abogado de Jesús Martínez, el papá de Alejandra. En la causa existen testimonios que hablan de la mala relación entre Ybarrola y la joven. Pero el dato más inquietante lo aportó una vecina, que dijo que el día de la desaparición de la chica vio a Ybarrola tirar en su auto algo que sonó fuertísimo.Pedido de auxilio. La testigo se había despertado poco después de las 6 porque escuchó que en la casa de la chica ya habían pedido auxilio dos veces. La mujer contó que Ybarrola se fue de su casa a las 6,30.Esa pudo haber sido la hora en que Alejandra volvió a la casa.

Pero su padrastro negó haberla visto: contó que a las 5,45 llevó a Julia Isla -su pareja y madre de Alejandra- a trabajar y que al rato volvió a buscar unas herramientas. Agregó que se fue tres minutos después, sin notar que hubiera alguien en la casa.Pero los investigadores no dejan pasar por alto otro dato. El padrastro de Alejandra conocía bien el lugar donde apareció muerta la chica: no sólo iba a cazar con frecuencia, sino que había hecho un trabajo de albañilería para un vecino de la zona.

 

El libro de Pablo Felizia y Fernanda Rivero sobre el femicidio impune de Alejandra Martínez.

La historia de Alejandra Martínez, ese femicido que todavía está impune, forma parte del nuevo libro de Pablo Felizia, que presentará en mayo próximo en Chajarí.

Esto dice el prólogo de «Julia Isla. La historia de una madre ante el femicidio de su hija», que escribieron Pablo Felizia y Fernanda Rivero, que editó Ana Editorial:

«Julia Isla tiene una historia para contar y un conjunto de verdades sobre el femicidio de Alejandra Martínez, su hija. A principios de 2021 iniciamos el estudio del expediente judicial, recorrimos Chajarí, hicimos entrevistas y leímos toda la bibliografía que encontramos sobre el caso.

«Por recomendación de especialistas, en este trabajo fueron cambiados tres nombres que aquí aparecerán como Juan, Gabriel y Matías. Los tres están muertos.

«Alejandra Martínez fue vista con vida por última vez el sábado 12 de diciembre de 1998. Un mes después, en un monte, a diez kilómetros de Chajarí, de casualidad encontraron su cuerpo.

«Hubo un juicio que metió en la cárcel a la expareja de Julia Isla, pero luego lo dejó en libertad por falta de pruebas. Durante más de dos décadas, la madre de Alejandra Martínez anotó en un cuaderno todos los datos certeros que recolectó sobre el femicidio de su hija y aquí cuenta su verdad.

«Junto a Julia Isla y a uno de sus hijos, llegamos hasta el mismo cañadón donde veintidós años atrás habían escondido el cuerpo de Alejandra; debimos caminar dos mil metros en un monte de eucaliptos. En ese mismo lugar, Fernanda Rivero tomó las fotografías que ilustran la tapa y la contratapa del libro. Minutos antes, Pablo Felizia pudo entrevistar a Panozzo, el hombre que halló el cuerpo gracias a un cambio en la dirección del viento.

«Este libro se terminó de escribir el 12 de diciembre de 2021, cuando se cumplieron veintitrés años del femicidio. Fue casualidad».

La causa en la Justicia está abierta todavía, sin respuestas parta la familia, lo que no es ni más ni menos que un femicidio todavía impune.

 

Fotos: Gentileza La Lucha en la Calle

De la Redacción de Entre Ríos Ahora