Por Viviana Mac Dougall (*)
Hace once años, llegaba a un pueblo un lobo vestido de cordero, un verdadero encantador de serpientes. Y fue muy hábil, pero no todos le creyeron, ni a todos pudo encantar.
Muchas veces se alertó, se levantó la voz pidiendo ayuda: nadie escuchó. Aquellos que se atrevieron a decir no a un manipulador perverso, a un maltratador, eran señalados. No todos callaron ni fueron ni serán cómplices del lobo que fue perdiendo su piel de cordero.
Otros, no quisieron ni quieren ver. Hoy siguen defendiendo a su líder y uno puede comprender la fe y que les resulta difícil entender. Desde hace días siguen defendiendo al lobo, ya sin piel y con varias víctimas.
Lo más cómodo es defenestrar a esas víctimas que pasan a ser revictimizadas y poco cuidadas, tratadas con una saña y maldad que poco tiene que ver con un buen cristiano y sí con seres totalmente deshumanizados, con un fanatismo intocable, que atacan sigilosamente.
Nunca fue fácil enfrentarse a ese lobo. Pobres quienes le temieron y cayeron en sus encantos: no es tarea fácil despertar a tantos encantados.
Podría contar historias hasta propias vividas por culpa de este lobo que sigue actuando entre las sombras y maneja sus ovejas.
Pero no se puede ni debe desviar el hecho más grave y repugnante que cometió y una vez más desune aún más a un pueblo dormido, a un pueblo en el que se acusa, se inventa y tratan de desviar todo lo que roce al verdadero victimario y desvalorizando a las víctimas inocentes, que por suerte se atrevieron a gritar y ayudarán con ese grito a otros, con temor, un temor comprendido y a quienes pudieron ser manipulados.
El silencio no es ni bueno ni malo como tampoco lo es alzar la voz siempre pensando en las víctimas inocentes de un perverso. No es estar en contra de la Iglesia, pero sí de personas como ese lobo con piel de cordero que llegó a Lucas González hace once años y arremetió contra todos los que no se inclinaban ante él, un ser superior que el mismo día que debió irse, cuando fue descubierto de lo peor, cumplía 19 de sacerdocio, una vocación que eligió ejercer hace 30 años, contado por el mismo Juan Diego Escobar Gaviria, un lobo ya sin piel de cordero, pero que sigue teniendo encantadas a sus ovejas con un poder que utiliza impunemente.
Hay cómplices silenciosos de ese lobo, de lo contrario no hubiera llegado a tanto.
(*) Periodista de Lucas González