La tarde perfecta de otoño no tiene nubes y roza los 17 grados a eso de las 4.

La tarde perfecta del otoño, con un sol que se inclina a buena velocidad, apura las decisiones.

Hay que hacer un plan antes de que el cielo empiece a palidecer y la calidez acogedora se convierta, en dos patadas, en un atardecer helado que hace llorar la nariz.

Tecnópolis era el plan obvio de este sábado en Paraná, con una dificultad más obvia todavía en una tarde perfecta: si somos 400 mil habitantes en la ciudad, existían grandes posibilidades de que la asistencia al mega evento que se inauguró hace nada más que dos días fuera aún mayor a un 15% de ese total, sobre todo en un sábado tan sábado y tan gentil. Y había grandes posibilidades, además, de que ese 15% coincidiera entre las 15 y las 18, en el apogeo de un sol amistoso, cálido y apurado como vecino en deuda.

Fuimos. No era tan grave, pero no era fácil.

El atasco empezaba en Laurencena y Ramírez, pero se extendía sin grandes novedades por la subida de Güemes y a la vuelta por Moreno. En todo ese recorrido no aparecía un solo hueco para meter el auto y llegar a pie hasta el lugar de los hechos. En las paradas de colectivos se apiñaban decenas de personas que volvían de la actividad y por la vereda se cruzaban con los que se acercaban a ver de qué se habla cuando se nombra Tecnópolis, con ese aire de coincidencia que compartimos tanto pero tanto, que un Gobierno la crea y el que sigue no solo la continúa sino que además la amplía con destino a las provincias.

En fin.

Llamo a un amigo de toda la vida que vive en calle Moreno. Le digo si me deja meter el auto en la entrada de su casa porque llevo media hora dando vueltas, no hay un puto lugar y los chicos ya están cansados, impacientes y con hambre. En realidad no sé si doy tantas explicaciones, pero esa es más o menos la situación o la idea. Damián se ríe. “Sos el tercero que me habla, pero si queda un rincón, metele, si esto sigue así por mucho tiempo me hago trapito”. Ahí queda el coche.

Bajamos por Corrientes y doblamos a la altura del Patito Sirirí.

Más que perfecta la tarde se ve deliciosa desde la barranca, aún con la multitud moviéndose debajo en un sonido constante como de cascada, apenas interrumpida por una canción de Spinetta que suena en el Patito. La luz declina hacia la paleta del dorado, como el liquidámbar que está a la vuelta de casa y no se rinde con las primeras heladas.

Los dinosaurios, que hace más de una semana, ya diez días, provocan visitas y revuelo en la zona de la Plaza de las Colectividades, ahora que se mueven y rugen, son indudablemente la primera atracción: la cara de Tecnópolis en Paraná -que Santa Fe dicho sea de paso no tiene pero reclama-, aunque en rigor hay muchísimo más para ver adentro.

El predio ocupa la plaza completa, el trayecto que alcanza los galpones y las plazoletas laterales. Cada espacio tiene una definición temática y la consigna de que se aprende jugando. Cada juego, además, cuenta con responsables que subrayan la didáctica aplicada en la actividad. Hoy, sábado perfecto, es muy difícil acceder a algunas atracciones.

“Las colas para ir a los juegos más lindos están imposibles y las que no tienen cola es porque no están taaaan tan buenos”, nos dice Carina que por la cara que trae, ya debe llevar más de hora y media, con sus dos hijos, en el parque. Un espectáculo está por comenzar en una de las salas mayores, cerquita de la zona de paleontología, donde no solo se ven los espléndidos dinosaurios que los gurises, en uno de los casos, hasta pueden trepar, sino también esqueletos, ejercicios de búsquedas paleontológicas y, sobre todo, mucha información, de acceso sencillo.

Vamos más allá. Atravesamos una carpa dedicada a la geología, pero nos detenemos en la de paisajes celestes: los chicos miran, a través de la cámara del celular, sobre una pantalla, el modo en que se organizan constelaciones. Se enganchan con un volcán en erupción también, pero continúan porque hay mucho por ver y un camino largo por delante. Lo que viene es el sector de medios públicos: Paka Paka, Encuentro, DeporTV. Hay pantallas del tamaño de una tablet contra la pared y auriculares para escuchar cuentos. El tránsito aquí no es muy distinto al trayecto con el auto en busca de estacionamiento por Laurencena, pero se puede arreglar, lo realmente difícil es acceder a un juego.

En la carpa de matemáticas probamos algunas actividades y, después de la debida espera, conseguimos clasificar para una hamaca, para entender, en dos minutos, de qué se trata la inercia. De otro lado unos gurises hacían funcionar unas tricicletas con ruedas cuadradas.

Luces led de colores, cartelería, ambientación, información estampada sobres banners que cuentan en que lugares del país se estudia cada disciplina. Los ambientes están organizados como la vidriera de un comercio de primera línea, el paseo funciona, aún en condiciones de severo amontonamiento. En un día normal, el recorrido puede llevar entre dos y tres horas, pero hoy no, hoy sería mucho más. No somos, en este momento, menos de 30 mil personas.
Hay una vista del río asomado entre la puesta, que se ve entre marrón, rojo y dorado, con el último testimonio del sol, perfecto como este sábado. Es un respiro el río, en todo esto.

Del otro lado hay puestos de comida y, claro, también hay colas, pero no tan bravas. Pizzería, panchos, hamburguesas. Vamos a donde menos gente se ve: dos pebetes, dos jugos y un par de aguas minerales, en la cuenta final, hacen 120 pesos.

Ya bajó la noche y el aire se enfría como un vaso de agua donde se disuelven dos hielos.

Salimos. Podríamos, una vez más, pasar por los dinosaurios, pero nos vamos en la entrada anterior. El señor que reparte el mapa de Tecnópolis Federal nos dice: “Tienen que venir un día de semana, de mañana no porque vienen las escuelas, tienen que venir entre las 3 y las 6, así los gurises pueden ir a los juegos”. Le decimos que sí, que lo vamos a hacer. Y es cierto.

La tarde perfecta ya no está entre nosotros, en cambio avanzamos por la barranca sin ver, todavía, claramente al menos, las estrellas. Seguramente, vamos a volver.

 

 

 

Julián Stoppello

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.