Es mediodía y una claridad blanca enciende los pasillos del Hospital San Martín: las puertas, una babel de mensajes, las paredes, cubiertas de azulejos blancos, bancos en madera arisca, y gente dispuesta a esperar una eternidad.
Esperan sentados, de pie, abrazados, arrumbados en rincones promiscuos.
En algún momento, alguien -algo- saldrá de algún lado y les dirá que acabó la espera, vuelva la semana que viene, tempranito, que el doctor atiende pocos pacientes; o, vaya hasta el laboratorio y lleve estas muestras; o espere acá, un ratito, que ya lo llamamos.
La puerta se cierra, un cierre seco, brusco.
Hay un silencio que abruma y dos chicos que fungen de obreros de la construcción en un patio interno que se ve desde los ventanales del pasillo que da a calle Presidente Perón.
De repente, uno de los chicos trepa a la ventana, cruza el pasillo breve y baja la escalera angulosa que lleva hasta el Laboratorio Central.
El hospital es un campo experimental: desde el amplio salón central se puede ir hasta la dirección, bajar a la morgue, subir a las habitaciones, cruzar pacientes rotos, ver gente en tránsito, médicos ausentes, enfermeros que sonríen.
Nadie pregunta -para qué preguntar-: el hospital es también terreno yermo.
«A nadie le importa la salud -dice una empleada, que soportó un accidente, fue a la ART, la operó dos veces un cirujano y acaba de hablar con un abogado para iniciar una causa por mala praxis-: mirame cómo quedé».
«Turnos». El cartel está puesto en la oficina que enfrenta al que recién llega. No es el único. Es uno entre muchos otros carteles.
Atrás de unos ventanucos, hay empleados. Los ventanucos son una gran pizarra de mensajería al paso. “Turnos generales”; “Martes 21/11/17 no hay gastroenterólogos”; “Los turnos se dan 6,30 horas”, “No se realizará consultorio de neurología a cargo del Dr. Secchi desde el 10 de noviembre hasta el 12 de diciembre”; “Los turnos por 1° vez se dan solo con derivación escrita”.
Un metro arriba de la cabeza, siguen las leyendas pegadas al cristal. “Sres afiliados del PAMI para solicitar turnos, traer sin excepción órdenes de prestación”; “Recetas, señores pacientes a partir de junio las recetas serán realizadas por su médico de cabecera sin excepción”.
Y como en la vidriería el lugar escaseaba, los carteles se han pegado en las paredes. “Tomar turnos en el consultorio de Dermatología. De 7,30 a 8,30. Cupo: 15 turnos por día”.
El hospital público tiene cupos de atención. Una novedad. Una afrenta para cualquiera.
Los médicos que atienden -no todos hacen consultorios externos, aclara una enfermera- ponen una cifra caprichosa. Y los pacientes, los enfermos, los que esperan, se someten a una lotería caprichosa: llegar o no llegar, alcanzar el cupo o quedar fatalmente afuera.
Los neurólogos, por ejemplo.
Los neurólogos escasean.
En el Hospital San Martín atienden 4 neurólogos. Ni 2, ni 3, ni 5 ni 10: solamente 4 neurólogos.
Lo confirma con amabilidad la empleada que atiende detrás del ventanuco.
«Si venis del interior, lo tiene que pedir el hospital de tu ciudad; para pacientes de Paraná, se dan nada más que 5 turnos, por orden de llegada», completa.
La consigna es amanecer antes que otros y estar primero en la fila.
Por este lugar, el Hospital San Martín, transitan mundos ajenos cada día: al año se atienden ahí, en ese lugar, 200 mil pacientes, de los cuales 70 mil provienen desde distintos puntos de la provincia.
De ese universo amplio, generoso, una muestra milimétrica, 10 pacientes por día tienen derecho a atenderse por un neurólogo.
Y clasificados del siguiente modo, una normativa prusiana: 5 de Paraná, otros 5 derivados desde hospitales del interior de la provincia.
En total, 10 turnos. Ni 9, ni 12, ni 15, ni 20: nada más que 10 pacientes.
Analía supo, de algún modo, de esa mezquina disponibilidad.
Entonces, pensó de qué modo conseguir un turno para su hija.
«Enseguida me di cuenta de que si iba a las 5 de la mañana, como va todo el mundo, no iba a conseguir turno, porque me dijeron que daban solamente 5 turnos para pacientes de Paraná», cuenta.
Entonces, Analía llegó el miércoles a medianoche con un certeza: debía esperar en vela por un turno para su hija hasta el amanecer.
Eso hizo.
Cuando llegó, las 12 de la noche del miércoles, había otros que ya esperaban. Alcanzó el puesto 4, casi en el límite de perderlo todo.
«Dan cinco turnos, de martes a viernes. Si vos vas a las 5 de la mañana, no conseguís turno, así que tuvimos que ir a las 12 de la noche para hacer cola. Cuando llegamos, ya había 4 adelante. Entonces, tuvimos que esperar hasta las seis y media que empiezan a dar los turnos. Y el médico llega a las 8», dice Analía.
–¿Te pareció normal que un especialista atienda solamente 5 pacientes por día?
-Ya está establecido así. Eso me dijeron.
Analía salió del hospital, y sin haber dormido, seguir su rutina: ir a los dos trabajos que tiene.
-¿Cómo fue la espera, durante la noche?
-Bien, sin problemas. Llega mucha gente de madrugada para conseguir turnos.
La gente llega y se sienta, y hace lo que todos ahí: espera.
Ricardo Leguizamón
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.