Por José Carlos Wendler (*)

 

La iglesia celebra hoy el domingo de Pentecostés: los cincuenta días que sucedieron a la muerte de Cristo en la cruz, y la llegada del Espíritu Santo.

Pentecostés recuerda cuando la primera iglesia estaba encerrada, muerta de miedo de correr la misma suerte judicial que Cristo.

Ahí estaban esos hombres, encerrados: no solamente con puertas trabadas y ventanas clausuradas, sino encerrados en sus propios discursos sin sentido.

Y vino el espíritu de Dios, sacudió hasta los cimientos de esa iglesia.

No sólo derribó las puertas y abrió las ventanas: también esos mismos hombres cagones pudieron hablar claramente y con la verdad a la gente, que los miraba como apreciando un espectáculo inaudito.

Estos hombres infelices ahora pueden decir la verdad.

Más o menos eso puede leer un creyente que está atento a lo que pasa hoy en la iglesia de Paraná, en la de Chile, y en la del mundo.

Pero ahí están nuestras parroquias. El Seminario, una residencia y un montón de hombres encerrados en sus discursos, pero en el fondo creo que cagados de miedo por el olor a una sentencia que se aproxima.

Hoy es el Pentecostés litúrgico, pero mañana, lunes, será un Pentecostés secular que las víctimas ya están celebrando.

Soy pesimista: creo que la iglesia de Paraná seguirá con declaraciones de perdón que nadie cree y discursos que sólo son para consolar sus conciencias y no se van a dejar sacudir por el temporal desde este Pentecostés secular.

(*) José Carlos Wendler es exsacerdote. Integró el grupo de curas que, en 2010, redactó una carta al entonces arzobispo Mario Maulión alertándolo de los abusos de Ilarraz y pidiendo la denuncia en la Justicia.

Foto: Arzobispado de Paraná