Un hecho corriente en el sistema educativo entrerriano: en un mismo edificio, conviven tres escuelas diferentes.

Eso pasa con el edificio de la Escuela Primaria N° 91 de Basavilbaso. Allí también funcionan la Escuela Secundaria N° 28, y la Escuela Secundaria para Jóvenes y Adultos N° 184 y la Escuela de Capacitación Laboral N° 130.

Allí también funciona un comedor en el que almuerzan, desayunan y meriendan 135 de los 700 estudiantes que concurren a esas instituciones. En términos concretos, casi el 2 % de la población total de Basavilbaso comparte esa experiencia todos los días en esas mesas de escuela.

Es más, muchos adolescentes casi egresados del secundario se alimentaron en la escuela desde muy niños, incluso desde jardín de infantes, pero también ya lo habían hecho muchos de sus padres y docentes.

Nélida y Carina -hoy temporalmente reemplazada por Alan- son las cocineras que trabajan en la escuela. Nélida dice que uno de los ingredientes que no faltan en su rectario es el amor: “Y lo digo como se lo digo a los de Comedores… cuando vienen…”, remató. Explicó que trabajan con un menú variado, que procuran combinar hidratos y carne con frutas y verduras. Las mesas del comedor están instaladas en una galería, frente a las aulas y a pocos metros de la Dirección.

La dinámica institucional tiene a la cocina como centro de la actividad de comedores, pero es un ámbito que también pivotea las relaciones entre sus variados actores sean docentes, padres o los estudiantes mismos. Los cocineros asumen como parte de su delicada tarea favorecer estas relaciones: ninguna visita interrumpe el proceso del comedor ni tampoco pone en riesgo la higiene que la cocina demanda.

Para Cecilia Fuchs, la directora de la Primaria 91, estas instituciones asumen un rol central en Basavilbaso, pero también en un radio territorial mucho más amplio, dado que asisten estudiantes de localidades cercanas y de la zona rural. Allí resuenan las problemáticas que atraviesan a una comunidad compuesta por familias de trabajadores, muchos de ellos precarizados o directamente trabajadores temporales que suelen denominarse “golondrina”.

Las escuelas no sólo detectan, sino también atienden situaciones que van mucho más allá de lo estrictamente educativo. La escuela enfrenta esta realidad casi en absoluta soledad, con los pocos recursos que puedan generar y con la legitimidad social que ha construido. Y, en este sentido, el comedor y sus cocineros están comprometidos con esa responsabilidad, sobre todo en tiempos en los que el laburo afloja, la economía pega y la crisis recrudece.

El Estado envía al comedor 18 pesos por día para que cada estudiante almuerce. Las partidas para bienes de consumo son irrisorias y vienen cada tanto. Experiencias como el “Kiosko saludable” no tienen por objetivo de ninguna manera el lucro, sino el trabajo sobre hábitos alimenticios fundamentales para los estudiantes.

Del mismo modo, la Asociación Cooperadora Escolar “Ayuda al Niño”, con su trabajo silencioso y permanente es la mano tendida a la hora de resolver necesidades urgentes en reparaciones y un amplio etcétera en la escuela.

No son palabras vacías las de Nélida: no hay forma de cocinar, educar y ayudar a crecer si los trabajadores de la educación no le ponen el hombro, el corazón y los puños ante la ausencia del Estado en brindar condiciones dignas para enseñar y aprender en las escuelas entrerrianas, dicen los docentes. Y eso pasa en Basavilbaso como en tantísimas escuelas entrerrianas.

 

 

 

 

 

Texto y fotos: La Lucha en la Calle.