Hernán Rausch toma la palabra.
«Vinimos a acompañar a los que han tenido la valentía y el coraje de declarar, porque es una situación muy difícil».
Dice Hernán Rausch y es como si hablara de sí mismo: él tuvo la valentía y el coraje, se sentó en una silla, rodeado de escritorios, cerca de un micrófono, con tres jueces mirándolo, un abogado defensor, dos fiscales, siete querellantes.
Ante todos ellos, Hernán Rausch habló.
Venció los miedos propios y ajenos, cruzó la barrera del silencio y rasgó la cortina gruesa de la culpa, el sometimiento, la vergüenza.
En un momento, Hernán Rausch supo que todo eso era una carga demasiado pesada como para echársela al hombro.
Es como si hubiera dicho -se hubiera dicho a sí mismo-: hasta acá llegué con todo esto. Ahora hay echar lastre al mar.
Nació en el seno de una familia alemana, muy tradicional, muy cerrada, con un padre que murió demasiado pronto, y una madre que proyectó en sus hijos un sueño de castidad, pobreza y obediencia: tener un hijo cura. Tuvo un hijo cura.
Pero no fue Hernán Rausch.
Hernán Rausch fue abusado en el Seminario Arquidiocesano de Paraná. Su abusador fue el cura Justo José Ilarraz. Eso declaró en Tribunales, en el primer día del juicio oral al sacerdote que fue prefecto de disciplina del Seminario.
El hijo que pudo ser sacerdote, no fue. Hernán Rausch es ahora un sobreviviente de aquellos abusos de Ilarraz. Y está parado de frente a todo ese abismo y habla de liberación, de sentirse feliz, de poder ser todo eso.
«Tenemos que sacar esa mugre que tenemos adentro, que es liberador», dijo hoy.
Fue el único que se sentó solo frente al tribunal -los jueces Alicia Vivian, Gustavo Pimentel, Carolina Castagno- que juzgan al cura Ilarraz- y contó, durante tres horas, lo que pasó en el Seminario, lo que vivió con Ilarraz, cómo se estragó su adolescencia.
«Estar ahí -ahí, es la sala de audiencias- es muy difícil. Es muy complicado para nosotros, es muy problemático contar todo. Por tu cabeza pasan muchas cosas. Y vos tenes que hilar».
Pero supo que resulta sanador sacar todo eso a la luz.
«Hablar, sacar esa mugre que tenemos adentro, es liberador. estar atrapados en esa cárcel, no te hace feliz. Ahora ya está, hablamos. No sé si eso te hace feliz, pero te hace libre en la vida, y todos merecemos la libertad y la felicidad», dijo.
Maximiliano Hilarza pasó la noche en vela: pensó al detalle lo que iba a declarar frente al tribunal este martes por la mañana, cómo decir, qué asuntos abordar, cómo, qué no olvidar, qué recuerdos tener presentes.
Pero de todo eso pudo poco. «No dije ni la mitad de lo que tenía pensado. Uno se imagina la situación de una manera, pero cuando entré fue muy difícil todo. Pero me sirvió, sirvió lo que dije. A medida que fui hablando, me iba acordando de los hechos, fui contando lo que quise contar. Empezó a fluir», reveló.
Fabián Schunk dice que frente al tribunal hay que revelar los abusos -ese túnel oscuro por el que los llevó Ilarraz- pero no sólo eso. «Hay que decir con énfasis que este juicio ya está dando sus frutos. Más allá de la sentencia que haya, la mayor sentencia, y el principal fruto es la liberación -sostuvo-. Muchos han salido del anonimato, y es un gran logro de esta causa que Hernán y Maxi hayan podido romper esa opresión».
Pero enseguida aclara que la sentencia de culpabilidad de Ilarraz no excluirá el encubrimiento de la jerarquía de la Iglesia. «De esto deberán aprender los que han encubierto -aseveró-. Los obispos, que han tenido en sus manos esta causa desde hace 30 años. deben saber que las víctimas ya no tienen miedo».
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.