Diego Ariel Rausch se ordenó como sacerdote el 24 de abril de 1999 y fue, siendo todavía seminarista, uno de los más cercanos al entonces prefecto de disciplina del Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo, Justo José Ilarraz.

Siendo seminarista, según contó en la Justicia, en el marco de la causa penal por abusos que se inició en 2012 al cura, el actual canciller de la curia, el sacerdote Hernán Quijano,  estando él de viaje por Europa se encontró con Ilarraz y con Rausch. Quijano, aficionado a la fotografía, hizo una toma de aquel encuentro, y la foto supo estar por algún tiempo en la casa parroquial de Oro Verde.

Rausch nunca aportó ningún dato a la causa Ilarraz. Dijo que no supo de los abusos, a pesar de que uno de los denunciantes, víctima de Ilarraz, es familiar muy cercano.

Rausch es ahora párroco en Santa Teresita, el templo ubicado en calle Saraví al 400 y que desde el miércoles se ha convertido en un centro de atracción de fieles. Dicen que allí hay una imagen de la Virgen de los Dolores que llora sangre. Rausch, rápido de reflejos, dijo que la «Virgen nos está diciendo algo». No dijo qué.

El arzobispo Juan Alberto Puiggari hizo distribuir un comunicado el viernes abonando la hipótesis de lo sobrenatural, y, para cumplir las formas, anunció que puso en marcha una investigación. ¿Investigar qué? ¿Quién investiga? ¿Qué quieren saber? Nada se aclaró.
Pero desde el vamos, dio por cierto que lo que sale de la Virgen es sangre, y en su política de hablar con trabalenguas, la Iglesia de Paraná dijo que sí, que no, que más o menos: «¿Qué lectura debemos hacer del mismo? Es algo materialmente constatable, está allí, es visible; el fruto que dé será obra del Espíritu Santo en cada uno. La Iglesia como Madre nos da su consejo de no sacar de ello interpretación alguna».

El cura Luis Anaya, sobrino del almirante Jorge Anaya, que integró la primera junta militar de la dictadura, en 1976, les aguó la fiesta a Rausch y al arzobispo Puiggari, que contaron, gozosos, la buena nueva de la Virgen que llora sangre. «Aunque no sea cierto como acontecimiento –dijo, con la maldad de pocos, en declaraciones a Canal 11— nos ha hecho bien y si no es cierto habría que demostrarlo y decirlo».

Anaya suele jugar a las escondidas. Ocurrió cuando tuvo que testificar en la causa Ilarraz. En 2010, un grupo de sacerdotes le presentó una carta al emérito Mario Maulión, en la que contaron que sabían de los abusos de Ilarraz, y le pidieron que lo denunciara en la Justicia. José Francisco Dumoulin, exsacerdote, uno de los firmantes de aquella carta, dice que Anaya les reprochó la carta. No le cayó nada bien la idea de los curas.

En la Justicia, cuando fue a declarar, Anaya dijo poco, más bien nada: dijo que a la carta «nunca la vio ni la firmó» y que «obviamente» no la firmó porque «no estuvo» en la reunión donde se solicitó la firma. De sucontenido «sabe por los dichos del vicario parroquial». Y agregó que «de los hechos en sí mismos se enteró en Roma, leyendo los diarios por Internet», según se lee en el expediente Ilarraz.

Lo primero que dice Dumoulin, uno de los impulsores de la investigación sobre Ilarraz y la denuncia sobre otro cura acusado por abusos, Marcelino Moya, es que le parece «raro» lo de la Virgen que llora en Santa Teresita.

Tienen una mirada crítica respecto del show montado alrededor de este asunto. «Primero, por una cuestión de prudencia y de respeto a la gente y a la fe, se debería analizar antes de exponerla públicamente para la devoción. Es una aberración y un abuso. porque se puede estar jugando con la fe de la gente. Se puede estar engañando y mintiendo a la gente», dice Dumoulin.

«Además –dice, en relación a las supuestas lágrimas de sangre que brotan de la estatuilla de yeso– nos es una cuestión de fe . O mejor dicho, la fe no se apoya ni se sostiene por estos acontecimientos. No son necesarios ni imprescindibles para creer. Y por lo tanto son secundarios, y hay que ubicarlos en ese sentido».

Le parece, en cambio, «una burrada apañada por Puiggari, que propicia y le gustan todas esas boludeces de piedad infantil. La fe no tiene nada que ver con esto, no está en estos acontecimientos. Lo que hay que promover es una fe verdadera en Cristo, sostenida en acciones concretas. Hablemos primero de la conversión de los pastores, más que de los fieles, que es más importante».

«Acá se están promoviendo estas cosas, y no se pone el acento en lo importante –sostiene Dumoulin–. Y con esto confunden a la gente, que obra de buena fe. Puiggari y algunos sacerdotes se conforman con todo esto, como si con eso tienen todo resuelto y se ganan el cielo. Los pastores promueven estupideces porque les conviene quedarse en las cosas sensibles . Es una forma cómoda de promover la fe».

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.