En un edificio abandonado, donde hace años funcionó una estación de servicio, viven entre cinco y siete personas. Dos son mujeres y una de ellas transita la última etapa de embarazo. “Es un varón”, dice Soledad, con la cara iluminada, mientras toca su panza. “Y lo vamos a traer acá”, anuncia, ante la proximidad del parto.

Y el lugar al que se refiere Soledad son las instalaciones en ruinas, rotas y convertidas en basural, ubicadas en Avenida Ramírez y calle Combate de Tacuarí. A pesar de ese panorama de destrucción y escasez absoluta, el sitio es considerado por los ocupantes como una opción, la única por ahora, para dejar de vivir en la calle.

Un cerramiento rodea la esquina, aunque una abertura permite el ingreso hacia el interior, donde no queda nada del playón y los surtidores. En su lugar emergen, en medio de un revoltijo, tres grandes tanques de combustible a medio desenterrar, rodeados de agua estancada, yuyos, basura y un olor feo, fuerte, que se mezcla con una pérdida constante de una boca de cloaca ubicada en la calle.

Un sendero estrecho permite llegar hasta el edificio, con un frente vidriado del que pocos paños quedan sanos. Los ocupantes entran, agachados, por las aberturas de los marcos sin vidrios, a un salón vacío donde cocinan en un sector y en otro extremo se bañan con una canilla que cuelga de un caño precario de agua. Un pedazo de tela es la cortina que separa esa especie de ducha de agua fría del resto del espacio.

A metros, se ubica un fogón a leña en el que cocinan para todos. Dos bolsas con restos de carne, que obtienen de carnicerías de la zona, y ravioles cocidos son los alimentos que se observan en el lugar donde esperan para comer Soledad, su pareja, Marianela, una chica de 27 años, y Alex, de 17. También un perro. Otro integrante del grupo duerme en el primer piso, y falta que lleguen otros dos varones.

“Estamos todos en la calle, ahí nos conocimos”, dice Martín, quien comenta que él y Soledad quedaron sin nadas tras perder el rancho que tenían en el barrio La Palangana. En el caso de Marianela, contaron que deambula después de entrar en conflicto en su familia y Alex afirma que a los 10 años quedó en la calle, que recorrió hogares, ha pasado por el hospital escuela y ahora está sin rumbo.

Soledad lava ropa en un balde y la cuelga en un tendedero que desde la vereda contrasta en esa imagen de la estación teñida de grises, caótica, llena de desolación. Mientras sumerge la ropa en un balde, comenta que transita el octavo mes de embarazo y que se realiza los controles en el Hospital de Niños San Roque. Es madre –sostiene- de otros dos chicos, que quedaron con una pareja anterior, y que en la situación en la que vive no tiene nada.

Todos duermen en el primer piso, en colchones y con telas cubriendo  aberturas. No tienen sanitarios y dicen que se las arreglan como pueden, en baldes. Tampoco cuentan con electricidad y por las noches es todo oscuridad.

Por el lugar transita gente desde que quedó deshabitado. Ha habido distintos cerramientos y siempre han terminado abiertos. Se han registrado intentos de robos y ocupantes temporarios que encendían fogatas y despertaban el temor de los vecinos ante la posibilidad de que todavía haya restos de combustibles o gases. Esa preocupación sigue vigente, según advierten los nuevos moradores, cada vez que empieza el humo. También inquieta el ingreso continuo de personas y la puja entre los que ya están instalados en las instalaciones y los que quieren acceder al sitio.

El predio, del que nadie se hace cargo pero que tendría propietarios, reúne historias de abandonos, miseria y hasta de muerte.

Hace casi dos años, fue encontrado sin vida Emanuel Zorzoli, un muchacho de 26 años que había quedado en la calle y que se cobijaba ahí. El 16 de diciembre de 2016,  el cuerpo del joven fue hallado en el primer piso, después de que los vecinos llamaran a la policía ante el fuerte olor que salía de la vieja estació

Seis meses después, en junio de 2017, hubo intentos de los titulares del predio de intervenir en el lugar.  Una empresa empezó a sacar los tanques de combustibles, pero los trabajos fueron clausurados por Medio Ambiente municipal. En ese momento, se informó que la estación de servicio había sido clausurada  porque los tanques tenían pérdidas y se había contaminado el suelo. “Fuera de toda norma hicieron una extracción de tierra y trataban de sacar los tanques también», había dicho un funcionario de Medio Ambiente de la comuna, quien explicó que los titulares del predio debían «hacer la remediación del suelo con una empresa habilitada para ello, porque había que mandar a tratar todo lo que se extrajera. De esta forma, lo que hacían era zafar de esa situación y se llevaban la tierra para depositarla en algún lugar que se desconoce”. Se anunció que se haría una denuncia penal porque el hecho era considerado un delito y se iba multar a la empresa en infracción. Pasó un año y medio y todo sigue igual.

Lo cierto es que pese al estado deplorable, a la destrucción, las instalaciones siguen siendo una opción de un techo, de cobijo, para quienes no tienen dónde ir.

 

 

 

 

 

Marta Marozzini

De la Redacción de Entre  Ríos Ahora.