Llueve. O hace frío. O hace un calor pesado. Otra vez el frío y Carlos tira de una frazada a cuadrillé raída, se tapa, y asegura que las gotas casi no llegan, no traspasan el follaje apretado de la encina histórica de la Plaza 1º de Mayo.
El árbol majestuoso se ha vuelto, desde hace tiempo, un lugar de cobijo para personas que viven en la calle. Sobre un pilar de cemento, que rodea el gran tronco, está Carlos y otros seis hombres, que, acurrucados unos con otros, duermen, algunos tapados hasta la cabeza. Igual de dormidos, y mezclados entre ellos, hay dos perros hechos un ovillo.
Carlos dice que ese árbol lo protegió de las heladas y las temperaturas bajo cero de junio y ahora, de los primeros días tórridos. Y de la lluvia.
Un olor fuerte y la imagen conmovedora de una mezcla de bolsas con ropa, colchones, frazadas, y moscas revoloteando son el marco donde vive Carlos, junto a un grupo que suele ir cambiando.
Su lugar es de cara a la calle. Ahí, pasó el invierno y se muestra firme con que transcurrirá el verano y los días que vengan. “De acá no me voy por nada”, afirma ante la consulta de un peatón que se sumó a la conversación y le preguntó sobre una posibilidad: si se habilitara –le dijo- una casa para personas en situación de calle cerca de la Plaza, con camas confortables, luz eléctrica y televisión, aceptaría mudarse a ese lugar.
Después, Carlos explica que no cambia por nada la tranquilidad, la paz y la posibilidad de decidir por sí mismo. Dice que tiene familia, que mantiene contacto con ellos, pero que no quiere volver: “Ya está. Así estoy bien. No quiero ser un estorbo para nadie”.
Y añade que fue a la escuela, trabajó de viajante de cubiertas y tuvo un buen nivel de vida. Ahora, admite que le cuesta caminar, que en ocasiones usa pañales, que cuando eso sucede, se cambia en ese mismo lugar ayudado por otro hombre de la calle, en medio de un toldo improvisado con frazadas, o por personas de organizaciones de voluntarios, como Suma de Voluntades. Afirma que la gente que vive en la Plaza puede ir al baño del Banco Nación o al de la Catedral y que más de diez personas habitan por estos días el paseo público principal de Paraná.
Miguel tiene 51 años y dice, sin vueltas, que no quiere vivir más. Llora, emana olor a alcohol y confiesa que se le hace muy difícil seguir viviendo. También tiene familia pero habla de la pérdida de afectos. Afirma que no puede comer, que siente rechazo y que hace días que no se alimenta. Tanto a él como a Carlos, la comida parece no importarles demasiado. Siempre hay personas, de las organizaciones de voluntarios, que llegan con un plato y también de los comercios de la zona, dicen. Y si no hay; no hay, concluyen sin más.
Miguel pasa el día en la Plaza y por las noches, duerme en la casa de una hermana, en San Agustín. En ese barrio, fue vendedor de churros, su último oficio.
Carlos tiene 68 años y comenta que percibe una pensión y que el último cobro, se lo robaron. La inseguridad en las noches y en la calle es un aspecto que recrudece las penurias, de por sí alarmantes, que afrontan quienes viven en la calle.
Distintos testimonios recabados últimamente hacen foco en los robos a las personas que pernoctan en la vía pública y que, por ejemplo, cobran un haber jubilatorio o por discapacidad. Aunque las sustracciones alcanzarían también a objetos e indumentaria, como aparatos de radio, zapatillas, frazadas o alimentos. Según los mismos testimonios, los autores serían personas provenientes de distintos barrios de la ciudad y los robos coincidirían con los días de cobro. En esos ataques también suelen perder los DNI y relacionan los robos con el mundo de la droga. Las dos juntas o por separado, y principalmente en la oscuridad de la noche, son de temer, advierten.
Mientras tanto, hay una ordenanza municipal vigente, que crea un Programa de Asistencia Integral para Personas en Situación de Calle. Es la 8.932 y fue sancionada en 2010, pero nunca se instrumentó. Paralelamente, y ante la ausencia del Estado, se conformó una red de organizaciones sociales e instituciones, convencidos de que la calle no es un lugar para vivir.
Marta Marozzini
De la Redacción de Entre Ríos Ahora