¿Cuánto tiempo hay que esperar la llegada del colectivo antes de que empiece a rasguñar la impaciencia?
¿Qué tiempo es suficiente para pensar que algo salió mal, que la conexión a Internet falla, que el programa Cuándo llega “está caído”, que el chofer se quedó dormido, que pinchó una rueda, que chocó?
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Las hipótesis son varias.
La certeza solo una: el colectivo no aparece.
Uno se baja a la calle, camina, mira a un lado y a otro, y nada: el colectivo no llega.
Veinte minutos pasan rápido, o pasan muy lento.
Veinte minutos en una parada de colectivo parece un asunto corriente.
El colectivo pasa sin ninguna urgencia: cuando puede.
Los pasajeros esperan, siempre esperan, no importante donde esperan: acá, por ejemplo, hay agua estancada, una cloaca rota, mosquitos, maleza. Y una garita destartalada.
Hay que esperar.
El colectivo no llega.
Llegará cuando se le plazca.
Al final, cuando llega, es un armatoste que hace ruidos por todos lados, y tiene una suciedad monumental, y bancos destrozados.
La gente entra, adocenada, pasa la tarjeta magnética por el lector, retira su ticket, y busca un asiento.
Todo ocurre fatalmente así.
La espera que aplaza las urgencias, la suciedad del colectivo, la tarjeta por el lector, el ticket, y buscar un asiento destruido.
En algún momento todo eso ocurre.
Ocurre ahora, sábado a la mañana, sábado de marzo, en una esquina del sur de la ciudad.
Ocurrirá después, antes, en todo momento, aquí y en cualquier esquina de la ciudad.
El servicio de colectivos, esa máquina insaciable que engulle por día medio millón de pesos en subsidios que paga el Estado, está siempre peor.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.