Un día de 2012, Oscar Nocera iba, como todos los días, matando el tiempo, una hora y media en colectivo, hasta su trabajo, en Lanus, provincia de Buenos Aires. Leía el diario.

El modo que había encontrado de camuflar los minutos que siempre eran eternos a bordo del 160 era leyendo el Diario Popular. Era 2012, era el 160, y era Oscar Nocera haciendo el viaje de todos los días. Y matando el tiempo.

Fue entonces, hojeando el Popular, que encontró la noticia: «El cura Ilarraz está denunciado por pedofilia en Paraná». Quedó impactado: «La puta madre: Ilarraz, mi padre consejero», pensó.

Nocera nació en Santa Elena y un día su padre le puso una opción de acero: «El Roballos o el Seminario, pero vago, no». Dice que era una «vagancia sana, me quedaba hasta tarde en la calle jugando con los chicos, y volvía como a las diez de la noche a mi casa. Mi padre estaba cansado de lo vago que era. Por eso, terminé como pupilo en el Seminario de Paraná».

Allí, primero lo tuvo de consejero espiritual a Justo José Ilarraz, que fue prefecto de disciplina entre 1985 y 1993 en el Seminario Arquidiocesano de Paraná; después, no recuerda bien por qué, su guía espiritual comenzó a ser el cura Andrés Senger.

Duró un año en el Seminario. Un día, el sacerdote Andrés Senger lo citó aparte del resto, y le dijo de modo tajante: «Vos no servís para esto».

Ingresó al Seminario Menor en 1985, a cursar la secundaria como pupilo, y la pretensión más o menos firme de ser sacerdote.

Nada de eso ocurrió.

El cura Luis But, expárroco de Santa Elena, lo ayudó a ingresar. Pero duró un año allí; después volvió a Santa Elena y concluyó la secundaria en un colegio religioso mixto, el San Antonio de Padua.

Al final, se terminaría mudando a Lanús, donde ahora vive.

«Si la memoria no me falla, ingresé en 1984/85, porque repetí sexto grado grado y cumplo años los 14 de noviembre. Soy del 70», cuenta.

En el listado de alumnos del Seminario, remitido por la curia a la Justicia para ser incorporado al expediente Ilarraz, Nocera figura como ingresante en 1985, y sólo estuvo ese año.

En el Seminario Menor, integró los clásicos equipos en los que se dividen los estudiantes para las competencias deportivas, Pumas y Jaguares, un invento del cura Alberto Ezcurra Uriburu, un claro representante del integrismo católico que formó parte de la guerrilla urbana de Tacuara, en los 60.

Nocera fue Puma, y su bedel, el ahora cura José Falcón, uno de los que tiene testimoniar en el juicio a Ilarraz por los abusos en el Seminario Arquidiocesano de Paraná.

Siendo pupilo del Seminario, y puesto a realizar tareas de limpieza en el edificio, un día le tocó asear el dormitorio del cura Ilarraz. «Se entraba por una puerta, y el baño estaba a la derecha, después de un pasillo dos metros por sesenta centímetros. Había piso de parquet», detalla.

Ocurrió que mientras limpiaba la pieza de Ilarraz en el Seminario descubrió, con sorpresa, preservativos usados en el baño, en un tacho de basura, detrás de una puerta. «La ignorancia que teníamos en esa época de todas estas cosas hizo que en ese momento no le diéramos importancia. Pero yo recién relaciono eso que había quedado en mi memoria con los abusos cuando leo la noticia. Yo vi profilácticos usados en la pieza de Ilarraz. No tengo necesidad de mentir sobre esto. Y lo cuento por una necesidad moral, después de enterarme por lo que pasaron los muchachos. Yo sé que esto no sirve a la causa judicial, pero tengo la obligación moral de contarlo», dice.

En tiempos de Ilarraz -fue prefecto de disciplina entre 1985 y 1993- la estructura funcional del Seminario, entonces, estaba conformada así: el rector, cabeza máxima y superior del cura Ilarraz, era Luis Alberto Jacob; por debajo, y como directores espirituales, estaban el ya fallecido cura Andrés Emilio Senger, y el arzobispo Puiggari; y como prefecto de estudios, el ahora canciller de la Curia, Hernán Quijano Guesalaga.

En una escala inferior, y como responsable de Teología, César Raúl Molaro, sacerdote agregado de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz del Opus Dei; y como prefecto de disciplina del curso propedéutico, Silvio Fariña Vaccarezza, también designado oficial de justicia, y encargado de llevar adelante, en 1995, la investigación diocesana que encomendó Karlic después de escuchar a las víctimas de los abusos.

Entre todos ellos, Oscar Nocera era un pupilo llegado de Santa Elena, que vestía un guardapolvo riguroso, y que un buen día supo que no encajaría nunca en ese mundo, y se marchó.

Cuando supo que el juicio a Ilarraz había empezado, buscó contactarse con Fabián Schunk, uno de los denunciantes, y se ofreció par dar su testimonio. «Lo hago por una cuestión moral», dice.

 

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.