«No eran más de las 4.30 de la madrugada de ese 24 de marzo de 1976. A esa hora, la capital entrerriana estaba prácticamente ocupada por los militares. Había un gran despliegue de unidades vehiculares del Ejército y fueron varios los disparos que se escucharon en la zona céntrica por espacio de minutos. “Es la custodia de Blanc, que está resistiendo”, fue la respuesta. Los tiros provenían del edificio del Seguro -ubicado frente a la plaza principal de la ciudad-, donde estaban apostados tres custodios del vicegobernador. Los guardias de Dardo Blanc ni se habían enterado de lo que estaba pasando en el país.

Alrededor de las 4, el general Catuzzi lo había llamado por teléfono, para advertirle del golpe de Estado y anunciarle que iba a ser detenido. “¡Pucha!, otra vez en cana”, bufó Blanc apenas cortó la comunicación con el militar. En 1956 ya había caído detenido por su condición de gremialista.

Media hora después, la comisión policial lo llevó preso. Alrededor del edificio gubernamental se apostaron tropas y diversos corriers con ametralladoras pesadas, los que no permitieron el ingreso de empleados públicos. “Se suspendieron las actividades. Vuelvan en perfecto orden a sus casas, escuchen las noticias y regresen puntualmente mañana”, dijo a los gritos un suboficial. A esa misma hora estaban siendo clausurados los principales locales gremiales y partidarios. Entre otros, la UOM, la CGT, Comercio, la UTA, Correos y Telecomunicaciones, al igual que las sedes del PJ, el Frente de Izquierda Popular y del Partido Socialista Popular. A las 8.50, en el Salón de Acuerdos, el comandante de la II Brigada de Caballería Blindada, general Abel Catuzzi, tomó el juramento de rigor al nuevo interventor de la provincia. “¿Juráis por Dios, por la Patria y estos Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de interventor militar de la provincia de Entre Ríos y observar y hacer observar fielmente los objetivos básicos y el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional, la Constitución de la Nación y la Constitución de la provincia de Entre Ríos, en todo cuanto éstas se opongan a dichos objetivos básicos?”, preguntó el general. “Sí, juro”, respondió, en forma vehemente, el coronel Juan Carlos Ricardo Trimarco, oriundo de la provincia de Buenos Aires y quien se venía desempeñando como segundo de Catuzzi. Además era jefe de Estado Mayor de la Brigada de Caballería de Paraná.

El matutino paranaense El Diario recién fijó su postura institucional por el cambio de gobierno el 28 de marzo. “No ha existido, prácticamente, ninguna resistencia al movimiento militar, que ocupa así un lugar que se presentó como vacante, como si la autoridad del Estado se hubiese vaciado, estuviese acéfala de poder y de mando moral, de jerarquía política. Las Fuerzas Armadas, como reserva de las instituciones, se han comprometido a terminar con la violencia embozada que se estaba ejerciendo desde los organismos mismos del Estado, como lo ilustra acabadamente el armamento que se ha encontrado en el Ministerio de Bienestar Social, cuyas pautas funcionales distan mucho de la finalidad de verdadero ministerio de guerra que se le había dado. La tergiversación de funciones había llegado a tal punto que bien podía hablarse de la producción de un verdadero vaciamiento de la autoridad del Estado”, decía en uno de sus párrafos el editorial de ese día, titulado El desplazamiento del poder civil. “Es entonces -añadía- cuando el pueblo que ansía un país de grandeza, que elaboraron nuestros próceres, despierta de este tormentoso letargo y pide un modelo argentino que responda a sus más profundas expectativas. Un pueblo esperanzado que exige una política racional, realista, de fondo. Una marcha esperanzada hacia la redención económica y social, de todos los argentinos y para todos los argentinos. Eso es lo que el pueblo tiene derecho a pedirles a las Fuerzas Armadas: que le devuelva sus símbolos, sus ideales de grandeza, que le cambie la anarquía por el orden y que tengan presentes siempre las palabras de Paulo VI cuando dice que ‘el camino de la paz pasa por el desarrollo. Economía y técnica no tienen sentido si no es por el hombre, a quien deben servir’”.

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La mayoría de los funcionarios del gobierno constitucional y varios de los dirigentes del peronismo terminaron en unidades militares en esos días, incluidos Cresto y Blanc; luego pasaron a las cárceles, por disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). También fueron detenidos referentes de otros partidos. El PE, encabezado por el general Trimarco, dio a conocer una nómina “a disposición del PEN” el 3 de abril. Entre otros aparecían Juan Carlos Esparza, Jorge Obeid (quien estaba exiliado en Perú y lo detuvieron al estar visitando a sus familiares en Diamante), Aldo Bachetti –que ya hacía un año estaba preso en Gualeguaychú-, Walter Grand, Solidario Romero, Santiago Reggiardo, Gerónimo Cerini, Carlos Federik, Isaías Giménez, Gualberto Garamendi, Luis Ponti, Luis Raggio y Misael Campos Rivero. En la lista también estaban los componentes del Comando Paraná: su secretario general, Eduardo Emilio Romero; Carlos Balla, Carlos Igarza, Luis Lenzi y Juan Carlos Torales, entre otros.

A De Zán también lo detuvieron a poco de producirse el golpe de Estado. Hicieron un exagerado allanamiento en el Pío XII y lo llevaron a él y a su mujer, María Rosa. Estuvo 40 días presos. Fue tanto lo que reclamó por hablar con Tortolo, que los militares accedieron. Lo vistieron y lo llevaron a la Residencia del Arzobispado, en el Parque Urquiza. Apenas llegó monseñor le preguntó qué precisaba. «Comer», le dijo. «Tengo mucho hambre», acotó. Tortolo le hizo sacar las esposas y expulsó de la sala al oficial que estaba a cargo del operativo. «Yo tengo rango de general y usted se va de aquí. Espere afuera», le dijo Tortolo, que ya era vicario castrense.

De Zán estuvo varios días más en la cárcel de Paraná y luego fue trasladado, en un avión Hercules, a la unidad penal de Resistencia, Chaco. Su esposa reclamó activamente por su libertad y logró ser escuchada por el general Juan Carlos Trimarco. El padre de De Zán en esos días se estaba muriendo y ante el reclamo lo trasladaron a Paraná y luego a la cárcel de Gualeguaychú. Lo fueron llevando dos veces por semana a ver a su padre, quien murió antes de que fuera liberado. Antes que ello ocurriera, la familia De Zán había acordado con Trimarco que si lo liberaban, dejaba el país.

Cuando falleció, lo llevaron esposado al velatorio. Hicieron la misa de cuerpo presente en la Iglesia, pero no quiso ir hasta el cementerio. Fue liberado el 5 de mayo de 1977 y en octubre de ese año se fue a Roma, después de hablarlo varias veces a Trimarco, para que le liberaran el pasaporte. Estando en Roma entendió la gravedad de los hechos en la Argentina. Supo cómo mataban a la gente y se estremeció cuando le relataron la desaparición de un militante, que había subido a un avión para exiliarse y fue asesinada. El único trabajo que consiguió en Italia fue como empleado del servicio doméstico, tras sacar un aviso en un diario. Durante 21 meses se dedicó a cuidar casas residenciales.»

 

 

Extraído del libro «Rebeldes y Ejecutores», de Daniel Enz.

La imagen corresponde a la edición del diario «El Día», de Paraná, del 25 de marzo de 1976.