Por Fernando Kosiak (*)

 

“¿Qué hacía ahí?”.

Debe ser una de las preguntas con más doble filo que conozco. La he escuchado muchas veces, desde que hace dos semanas una menor de edad fue abusada por cuatro hombres en una casa quinta, como todos pudimos leer en los medios o escuchar en una conversación casi al pasar. En una de las charlas, respondí: “No importa si la nena estaba en una catedral o en un bar, NADIE puede ponerte un dedo encima si vos no lo querés”. Punto. Parece algo tan obvio dicho así pero demasiadas veces nos olvidamos de lo mínimo porque ponemos el ojo en otras distracciones.

En las dos últimas semanas fuimos testigos de cómo la noticia morbosa de una niña abusada por cuatro hombres con dinero se fue desdibujando. Las redes sociales se hicieron eco, videos falsos repulsivos giraron por whatsapp, la liviandad y la banalización en los comentarios estuvieron, están y estarán a la orden del día.

Es entonces cuando nos detenemos en el árbol que no nos deja ver el bosque: acá hay un modus operandi sostenido por hombres que buscan, explícitamente, tener sexo con menores. Y este accionar no es algo que se detiene en casos como el de esta fiesta sino que va más allá: hay una triste naturalización del dinero a favor del sexo. En el momento en que un hombre consigue que una adolescente entre gratis a un boliche, después le paga tragos toda la noche y finalmente llegan a la madrugada teniendo sexo consensuado con esa menor todos tenemos que replantearnos una serie de cuestiones. ¿Es consensuado si es menor? ¿Por qué está esa gurisa actuando así? ¿Dónde comienza y termina la naturalización de estas acciones? Como profesor de nivel medio estoy en contacto con historias de este tipo después de cada fin de semana. Son situaciones que se dan en mayor número del que podemos imaginar.

Entonces, uno puede pensar, casi como una consecuencia natural, el hecho de que esa forma de actuar sea trasladada a la intimidad de un hogar. Uno “puede”, lo enfatizo, pensar así y es ahí donde aparece nuestro problema con las cucarachas.

Estos bichos espantosos existen desde siempre y siempre han generado repulsión. Proliferan mayormente en lugares sucios. Uno se asombra si ve aparecer una cucaracha en un ambiente impoluto. Pasa lo mismo con estos hombres espantosos. Existen en todas partes y generan el mismo nivel de asco. Pero si el ambiente, la sociedad, donde se mueven es sucio es más difícil detectarlos. Creo que todos hemos escuchado estas semanas frases como “ojalá esta vez se haga justicia” porque sabemos de casos donde el dinero o los contactos logran frenar cualquier avance judicial. Como sociedad tenemos que estar atentos y activos ante estas situaciones. Desde lo mínimo que es hablar con las adolescentes hasta salir y cortar una calle para que estas situaciones no se repitan. Las cucarachas no prosperan en lugares limpios, son fácilmente detectables. No quiero vivir en una sociedad donde se estigmatiza a la víctima y las alimañas siguen sueltas. El primer paso lo tenemos que dar todos, como sociedad, para alejarnos de la mugre que permite que este tipo de hombres cucaracha continúen escondidos en las rendijas.

 

(*) Especial para Entre Ríos Ahora.