El sábado 7 de octubre, a las 21, el Centro Cultural La Hendija (Gualeguaychú 171) recibe la obra “El nombre”, de Griselda Gambaro, a cargo de un grupo de La Plata. La obra es interpretada por Mirta Azzano y cuenta con la dirección general de Paula Boero. Las entradas generales tendrán un costo de $ 120.- (reservas al 155 024599)
Griselda Gambaro es una dramaturga descomunal.
Durante la prolífica década del 60, presentó en el legendario Instituto Di Tella relatos de “Madrigal en ciudad”, “El desatino”, y obras como “Las paredes”, “Los siameses”, “El campo”, “Nada que ver”, “Sucede lo que pasa”,  que provocaron sumo interés por parte del público y de grandes directores (José María Paolantonio, Jorge Petraglia, Augusto Fernándes, Alberto Ure, Roberto Villanueva), y cierto desconcierto en los críticos, por la dificultad de encasillar sus textos tan poéticos en un solo género.
Durante la dictadura militar, la Gambaro debió exiliarse en España. Su novela “Ganarse la muerte” (1977) fue considerada “subversiva”. A su regreso al país, participó en Teatro Abierto con “Decir sí” y “La malasangre”. A partir de allí, la directora Laura Yusem abordó la puesta de otras tantas obras: “Del sol naciente”, “Antígona furiosa”, “De profesión maternal” y “Lo que va dictando el sueño”.
 “Lo que tiene de maravilloso el teatro es que se trata de algo que se vive sobre un escenario en un tiempo preciso y acotado, algo corporizado. Y que se hace frente a un público que recibe inmediatamente lo que se produce en el escenario. Y que uno recibe la respuesta de ese público también inmediatamente “, afirma.
 
La directora Paula Boero, junto a la actriz Mirta Azzano, abordan un monólogo: “El nombre”. Como en la mayoría de su dramaturgia, la autora apunta aquí, entre otras cosas, al tema del poder. El personaje es una empleada doméstica a quien, por decirlo de alguna manera, se le niega el derecho a portar su verdadero nombre, negándosele de esta manera su verdadera identidad. Cada “patrona” o “señora” le asigna caprichosamente un nombre diferente, según su gusto o conveniencia. Así María pasará a llamarse Ernestina, Lucrecia, Florencia, Eleonora. El poder ejercido por quien la contrata (que también la deja en la calle como un bien descartable, sin miramientos), es quien dictamina cómo deberá llamarse mientras viva en esa casa.