Por José Dumoulin (*)

Me parece oportuno compartir estas líneas en referencia al Pacto de San Antonio de Padua, que se firmará en Villaguay el próximo 6 de diciembre, encuentro al que fue invitado el arzobispo Juan Alberto Puiggari.
Considero muy bueno y oportuno que se trabaje sobre los puntos enumerados en dicha propuesta, para que sean conocidos y trabajados por todos los actores de la sociedad con compromiso y responsabilidad.
Con respecto al trabajo en nuestra diócesis, es necesario remarcar algunas cosas y aclararlas.
La principal, que el Pacto fue una iniciativa política que surge a partir de la encíclica del Papa Francisco “Laudato Si”, y que llama al compromiso para abordar estos importantes temas que más que nunca se hace necesario abordar: la pobreza, la lucha contra el narcotráfico, el cuidado del medioambiente, el combate al hambre, la condena del abuso de menores y la trata de personas.
Lo que llama la atención es el oportunismo para sacar provecho de algo tan noble por parte del arzobispo de Paraná.
Me refiero a la actitud del obispo, que se hará presente en Villaguay para la firma de dicho Pacto.
En primer lugar cabe aclarar que duele mucho, por cuanto de parte del obispo nunca fue de su agrado la elección del Papa Francisco como autoridad máxima.
Se sabe de las internas cuando era arzobispo de Buenos Aires y que cuando fue electo quedó a las claras que no se estaba contento con la elección del nuevo Papa.
Esto ha quedado demostrado a lo largo de estos años en la no puesta en marcha de las propuestas pastorales y sociales en nuestra diócesis y que han sido impulsadas por Francisco.
Pero lo que duele más es que uno de los puntos que contiene el Pacto de San Antonio de Padua es el que hace referencia al tema de los abusos, cuando se sabe a las claras de las actitudes de ocultar y no querer esclarecer los casos en la diócesis, aún defendiendo a quienes están sospechados y con investigaciones en marcha.
La misma actitud se ha tenido con otros casos que aún no han salido a la luz. Creo que lo primero es el reconocimiento interno y la purificación hacia dentro de la institución, para luego asumir un compromiso hacia afuera con el resto de la sociedad.
También falta mucho de compromiso por parte de la Iglesia en la defensa y acompañamiento de las mujeres que son víctimas de la violencia y que con una postura muy conservadora se las obliga a permanecer sumidas en un vínculo que hace daño. Con respecto al tema de la droga, tampoco hay una pastoral diocesana prioritaria para tratar de dar respuesta a este flagelo.
Con la droga, por ejemplo, si bien hay algunas iniciativas de trabajo, estas son aisladas. No hay una organización clara y concreta a nivel diocesano, ya que no es una opción pastoral.
Todavía estamos muy lejos en nuestra iglesia diocesana de hacer una opción preferencial por los pobres y excluidos, siguiendo el mandato del Papa Francisco.
Pero además, Puiggari no solo no acompañó a las víctimas del caso del cura Marcelino Moya en Villaguay, sino que ha dicho públicamente que comete una injusticia manteniéndolo suspendido como cura mientras sigue la investigación judicial.
Por eso, su presencia en Villaguay me parece una provocación. Hay víctimas y hay familias de esas víctimas que padecen y esperan sin respuesta

(*) Expárroco de Santa Rosa de Lima, de Villaguay.
Especial para Entre Ríos Ahora.